lunes, 23 de junio de 2008

Cuca, de carcajada fácil y ojitos respondones


Ruy Alfonso Franco




A Dora le gustaban los güeros, lo que era muy curioso, porque siempre vivimos en barrios de bronce y aun don Javier parecía más del Medio Oriente que de Sonora. El caso es que ponderaba al rubio Roberto por eso (mi verdadero padre), lo coloradote de mi abuelo y los ojos azules de Perlita, que fue sus ojos. “Se parece a mí”, decía orgullosa mamá a las vecinas cuando le dejábamos Eva y yo a mi hija. Al nacer Aníbal, mi segundogénito, mi madre lo miró indulgente: “Es morenito, ¿verdad?” Con Alejandro, el tercero, repuntamos: “¿Ya le vieron los rolitos rubios?, son iguales a los míos cuando estaba niña”.

Y hablaba Dora, rumbosa, de su familia Hervest: “La Tany tiene los ojos azules; Alejandrina, la de la zapatería, los tiene verdes; luego, mi hermano Carlos el doctor, el de México, los tiene azules como mi papá; y pos tú los tienes verdes y Perlita azules”. Dora hablaba sin parar cuando de su familia se trataba, las únicas veces que pronunciaba algo más que monosílabos; hablaba de sus primas, de cinco reinas de carnaval y hasta de la sobrina que ahora jugaba para Señorita México, de la que estaba muy al pendiente.

Hablaba Dora presuntuosa de su primo-hermano el político, padre de la Señorita Sinaloa, con el que amenazaba a don Javier cada vez que la vapuleaba: “¡Pero le voy a decir al Jando para que te encierre, hijo de la chingada!”; que cuando cayó preso en los separos de la Juárez, acusado por peculio, Dora fue de las primeras en ir a visitarlo, arrastrándome hasta el cuartito pintado de verde bilis, con un patio para ratones en el que se apretujaban otros fieles. Allí habían metido al tío mientras se decidía su suerte, resguardados para él —eso sí— sus privilegios de hombre del sistema: nunca vio una celda. “¡Quihúbole loco! No querías venir, ¿verdad, cabrón?”, me saludó Alejandro el Jando Hervest esa vez, con el coro de risotadas acomedidas de sus visitas inseparables. Nomás unos meses estuvo en la Juárez, su compadre el gobernador lo sacó en cuanto amainó el escándalo; el mismo tiempo que Dora Hervest Osuna estuvo rezando por su primo el Jando.

Hablaba Dora satisfecha de su hermano Isidro el abogado, dueño del hotel Hervest Inn, la flota de pesca deportiva La Palma Beach y del restaurante Hanny´s; de cómo la quería tanto que le había dado para que comprara su casita, allá por la otrora Chimizu, y había empleado un tiempo a don Javier pintando sus propiedades. Isidro Hervest hasta estuvo en el funeral y novenario de su hermana Dora, ahí en la covacha de la Francisco I. Madero, a dos casas del canal de PEMEX, a donde regresó a morir luego de su fallida existencia con don Javier en Guadalajara.

Y yo, confundido, de esas pláticas siempre salí irritado.

Pero mi abuela Cuca fue otra cosa. Frondosa, de carcajada fácil, ojitos respondones y un lunar coqueto en la mejilla, era de armas tomar: no le dijo que no al servicio doméstico para sobrevivir durante más de 30 años. Por ella y el tío Isidro es que por fin pudimos tener una casa propia en la Madero, a siete cuadras del Siete, el cogedero más famoso de la región. Porque, aparte de que Cuca nos mantuvo muchos años —incluyendo a don Javier, cuando por andar de pata de perro perdía trabajos—, ayudó para que la casa de madera se convirtiera en dos cuartos de material. Vivió para nosotros y mi madre le correspondió: habitaron juntas la miseria hasta que la muerte se apersonó. Estuvieron cerca una de la otra, aun cuando mi madre vagara con don Javier por el noroeste y la abuela trabajara en Guadalajara. De modo que cuando nos asentamos largamente en Mazatlán, Cuca nos pudo visitar muy contenta por Navidad. Cartas, telefonazos y giros se cruzaron durante muchos años, manteniendo viva la presencia de una y otra.



A mi abuela le debo sus chiqueos sin reparo, mis zapatos Exorcist shoes que tanto deseaba de adolescente y mis primeros lentes de aumento que necesité durante años en la primaria, pero que don Javier nunca me compró porque creía que eran mentiras mías, hasta que en el primero de secundaria troné cuatro materias al hilo, porque no veía nada en el pizarrón. No obstante, esta mujer que me comía a besos y cumplía mis caprichos, podía ser una bruja si veía a su hija amenazada.

Dora y Cuca fueron inseparables, cómplices, pétreas.

Por un tiempo estuvieron la abuela y mi madre viviendo con mi tía Ernestina en Obregón, luego de su huída de Sinaloa después del garrotazo salvaje que le propinó Cuca al sargento Juan, pero como “el muerto y el arrimado a los tres días apestan”, sentenciaba Cuca, tuvo que irse a Tijuana a buscar trabajo, mismo que encontró con unos chinos en su restaurante. Mas no se llevó a Dora, sino hasta después, para que terminara al menos el primer año de primaria; cosa complicada, porque mamá nunca fue de muchas luces y tenía tres años intentando pasar a segundo, que a sus 12 años resultaba una empresa difícil. Así que volvió a reprobar el año y se fue siguiendo a Cuca hasta la frontera. Allá mi abuela había preparado el terreno para no dar explicaciones sobre su vida, mucho menos del sargento Juan:

“Vivíamos en una casa vieja frente al cuartel militar, pero tuvimos que dejarla porque se aparecían unos duendes. N’ombre, no nos dejaban en paz, ¡chingue y chingue todas las noches! Nos aventaban piedras, pero unas piedrotas así de grandes, y ya tenían todas las tejas rotas. Dicen que venían siguiendo a una familia que vivía allí antes, pero que se fue y ni cuenta se dieron los duendes. Así que a nosotras nos tenían jorobadas. Teníamos que darles de comer, dejarles cosas en la puerta o cuando comíamos, teníamos que echar por el hombro el primer bocado, porque si no, esa noche no dormíamos”.

Tal vez porque los chinos tenían más cuentos chinos que los de mi abuela, éstos la aceptaron con su hija, pero eso sí, las explotaron hasta la indecencia: fiscalizando qué y cuánto se comían, qué tanto trabajaban lavando loza, fregando pisos, cocinando; si dormían más horas o rompían un vaso, descontando todo de su sueldo bajo cualquier pretexto. Por eso Cuca no aguantó, volvió a juntar tiliches y se largó con mi madre a Guadalajara, porque así estaban más cerca de su terruño.

Eso de armar bultos y andar dando tumbos por Santa María y medio mundo lo siguieron haciendo durante años, solas o con don Javier después. Al lugar que llegaran lo hacían con el estrépito de gitanos: cacharros de cocina, cartones de ropa que no usaban, aparatos descompuestos, camas viejas con colchones apestosos, bacinicas y hasta el perro en turno. Si no, vendían todo y vuelta a empezar. En sus últimos años Dora y Cuca llegaron a tener ¡24 cartones de garras, zapatos viejos y baratijas sin desempacar en casa! Las veces que intenté se deshicieran de toda esa basura, fueron las mismas que recibí mentadas de madre de mi abuela y la mirada cortante de Dora. Cuando me tocó decidir qué hacer con lo que pepenaron en su vida, el día que mamá murió, simplemente dejé que Eva se encargara. Sólo me quedé con 117 cartas y 42 fotografías como único vestigio de que lo que viví no fue un sueño.

Dora terminó en Piedras Negras porque en Guadalajara la vio fichando Nacho Hervest, hermano de mi abuelo Chilo. Discutieron, se la quiso llevar en el acto pero las compañeras de mamá no lo dejaron y cuando mi tío le dijo “mañana vengo por ti”, mi madre desapareció.

Por una amiga supo que en la frontera se ganaba “mucha lana”, por lo que sin averiguar Dora se fue de avanzada y la abuela semanas después. Cuca sentía que debía algo en Sinaloa y mamá, con su padre asesinado en Culiacán, no quiso volver; “¿pa’ qué? Si allá puros sufrimientos”, dijo Dora entristecida. Pero además, ¿qué iban a pensar todos allá si sabían a lo que se dedicaba?

Guadalajara estaba lejos de La Palma Sola y de El Guayabo, pero Piedras Negras más.

Viñeta: RAF. Fotografía: Aramis Franco

9 comentarios:

Anónimo dijo...

algunos personajes se me hacen conocidos de la realidad,o sera que hay mucha gente igual ;)
habla del pueblo de la palma sola que esta despues del habal?

Ruy Alfonso Franco dijo...

Digamos que la historia está basada en hechos reales, incluidos los personajes, pero con nombres alterados y algunas licencias literarias.

Francamente no sé a qué altura está La Palma Sola, hace años que no voy para allá (desde que estaba adolescente), pero al Guayabo fui hace cosa de un mes.

Gracias por tu interés.

Anónimo dijo...

Es raro escuchar la palma sola, me vino a la mente por que acabo de ir ase semanas y de ese pueblo o rancho es mi mama.
la historia es interesante y mas por que se nota que es de la realidad.

Arturo Herrera dijo...

Amigo..
Si la cuarta parte de estas narraciones son autobiograficas... sólo puedo externar mi admiración ante "the self man against the odds".
si no, mi admiración también porque reflejas ese márgen en el que se encuentra una gran cantidad de la población. (según el censo cuarenta por ciento de la élla).

Un abrazo amigo

Anónimo dijo...

mas que conocidos los personajes llegan a ser entrañables, yo no soy dado a averiguar sobre lugares pero con la fotografia y el relato me recuerdan lo que alguna vez sufrio su padre perseguido por el ejercito, me recuerda tambien a mis tias, no precisamente como calca al carbon pero si anduvieron, yendo y viniendo.

Anónimo dijo...

perdon por usar teclados clonados me olvide aclarar que el padre al que hago referencia a una historia que mi abuela me conto hace poco que tuvo problemas con los guachos, con la foto me dan ganas de irme a ranchear.

Ruy Alfonso Franco dijo...

Giovani:

Siempre es interesante averiguar de qué estamos hechos y qué espacios podemos ocupar de nuestro tiempo, uno que está encadenado al de otros. Ya sabes, el tuyo al de tus padres y el de ellos al de los suyos, así hasta donde se pueda desentrañar.

Si tienes tiempo, investiga un poco más sobre el pueblo de tu madre, créeme que te va a sorprender.

Arturo, amigo mío:

Primero, siempre es un placer contar con tu lectura, ayuda mucho tener otros ojos de frente.

Segundo, quisiera decir libremente que mis historias ---muchas de ellas--- son más de fantasía que otra cosa, pero te estaría mintiendo. Prefiero que los lectores piensen que estoy inventando a partir de realidades, con eso evito que piensen que exagero, jejejeje.

Sin embargo, para serte muy sincero, no he encontrado más motivación para escribir literatura que haciendo periodismo de mis recuerdos de familia. Por increíbles o crudos que parezcan.

Insisto, busco exorcizar fantasmas que cargo a cuestas. Pero a veces aprovecho el viaje y dejo escapar también algo de imaginación, digo, de algún modo tengo que engarzar las historias.

Julio:

¿Has intentado escribir sobre tus experiencias? Siempre es catártico hacerlo, tanto si lo hacemos por placer como si buscamos pretextos para tener algo que contar. Algunos, te puedes dar cuenta en mi caso, vamos un poco más allá y nos convertirmos en nuestros propios psicoanalistas, jajajaja.

Como sea, lo maravilloso de ser comunicólogo es que le podemos dar rienda suelta a nuestra creatividad de manera multimedia, jejeje, ya sabes, todo terreno: cine, documental, periodismo o literatura; si eres harto creativo e hipersensible, entonces hasta la música o la plástica igual sirve para echar todo eso que traemos dentro. Luego mezclamos todo eso y uta' amigo, salen cosas tremendas, pero divertidas.

¿Por qué no escribes Julio?, sería muy placentero leer sobre tu abuela, por ejemplo.

Ten presente que todos somos vouyeristas por naturaleza y nos encanta conocer historias.

Un abrazote a todos amigos, gracias por echarse una vuelta por acá.

Xocas dijo...

La verdad es que toda esa gente tuya dubuja un escenario bien novelesco.

La imaginación (o la realidad, poco importa) hace el resto y la pluma lo refleja brillantemente, desde mi punto de vista.

Deliciosas estas sagas !!

Abrazos !!

Ruy Alfonso Franco dijo...

Hola Joaquín:

Tienes razón, la verdad que ni mandado hacer con esta familia que tiene pasajes de novela. O a la mejor son vidas tan comunes que no encontré mejor manera de presentarlas que mirar allí donde pocos quieren.

Y sí, mucho tiene que ver la manera como lo planteo.

Gracias por tus observaciones. Un abrazo afectuoso.