lunes, 29 de septiembre de 2008

La crítica cinematográfica

Felices juicios

Ruy Alfonso Franco

Ahora que mi hijo mayor incursiona en la crítica cinematográfica en la radio y que el puerto bulle de algún modo de pasión por la realización cinematográfica, que se hacen muestras y concursos de cine independiente y amateur, y que son los jóvenes quienes pugnan por un mejor cine en Mazatlán participando en cursos y cine clubes, sería oportuno observar lo que implica la cinefilia cuando se exige del amante del cine algo más que asistencia devota; lo que significa el ejercicio de la crítica cinematográfica.

Es decir, no basta con referir que “a mí gusta mucho el cine” y por eso ya estamos capacitados para criticar —o hacer cine—.



La crítica cinematográfica tiene mucho de subjeti­vo por aquello de la apreciación personal, lo cual es totalmente cierto, téc­nicamente hablando. Sin embargo, la subjetividad no radica únicamente en los enfoques, sino también en la forma con que se aborda el objeto anali­zado en un ejercicio periodístico que, se supone, debe ser especializado. Pero no siempre es así.


Este problema, como la oferta insuficiente de buen cine en provincia, el escaso o nulo conocimiento sobre la materia de muchos cinéfilos, fanáticos más bien del cine comercial, y la cerrazón pública al cine de arte o no convencional, son en parte algunas de las batallas que hay que salvar quienes asu­men por amor y pasión la tarea de difundir la cultura cinematográfica. Pero es la formación del crítico la que más debe preocupamos, porque de la calidad de su trabajo dependerá el éxito que sobre la opinión pública tenga, como sus consecuentes beneficios al atraer hacia el mejor cine un mayor número de adeptos.



En el análisis fílmico que refleja “las premisas básicas de la crítica litera­ria”, encuentra, dice Bernard F. Dick, “que la crítica de un medio requiere el conocimiento de lo que puede y no puede hacer ese medio, y que este conocimiento se obtiene aprendiendo la teoría detrás del medio”
[1]. No basta, pareciera decir, ser un fanático del cine, porque no se trata de escribir cuánto nos gustó o no cierta película, sino de cumplir una función social al informar, orientar, instruir, incluso divertir, como bien señalan los manua­les de periodismo.

“Crítica también puede equivaler a revelación. Esto sucede si se aportan principios fundamentales que no existen en el medio en el que surge; si llegan a descubrir, para el creador y para el público, una parte de la verdad artística o social que se halla oculta, o bien si con claridad y precisión se logra hacer un balance de las aportaciones del objeto criticado y las sitúa, aclarando su importancia, dentro de la corriente general e histórica del de­venir estético”
[2], señala conciso Alberto Dallal.

Con estas mínimas precisiones, debe darse al escrutinio el trabajo que muchos críticos terminan por hacer, elucubrando probablemente inútiles banalidades, presunciones eruditas para impresionar —al ego— o, en el mejor de los casos, creyendo que si entienden a Ingmar Bergman, Wim Wenders o a Akira Kurosawa, igual dominarán la metafísica, la pintura, la li­teratura y todas las demás artes que cretinamente creen ilustrar.

Cierto “que la crítica periodística importante requiere que sus creadores posean una visión cultural amplia y una actitud analítica abierta a la com­prensión”
[3], sugiere Dallal. Pero eso no los hace todólogos. “Especialización o especialidad se refiere concretamente a la parte de una ciencia o arte a que se dedica una persona; cosa que alguien conoce o hace particularmente bien”, enuncia el Diccionario Larousse usual.



Y es que tal vez el hecho de propinar un juicio duro o halagador sobre la obra y su creador haga sentir un poco dioses a los críticos necios, porque construyen y destru­yen a placer; lo que les hace olvidar sus evidentes limitaciones. Nery Córdoba en El ensayo, centauro de los géneros, llama a la refle­xión sobre dicho estilo y la superficialidad de muchos periodistas, colum­nistas de pluma casquivana improvisando juicios en donde “se juzga, se absuelve o se condena. Las dudas ya no dialogan con las certezas; los pre­tendidos ensayos son más bien reestrenos de afirmaciones, opiniones que pasan como verdades incuestionables...”
[4] En ese sentido los críticos suelen caer en la complacencia, ni duda cabe. Las necesidades del medio y sus tareas habituales los obligan a escribir de prisa, abusando de la memoria, confiados en sus habilidades. De modo que se investiga po­co y se reinventa mucho.

Y por supuesto, ni hablar de los fanáticos que sólo leen revistas comerciales de cine sin leer literatura seria y ven exclusivamente cine gringo.

Las deficiencias del crítico cinematográfico (profesional o no) saltan a la vista cuando su crítica es una anécdota mí­nima o es su ensayo tan erudito que se aleja de los mortales. Lo peor del asunto es que no hay una fórmula mágica para hacer al crítico bri­llante y oportuno, grato y confiable. Sólo, si acaso, aquella recomenda­ción del viejo bibliotecario que no únicamente cuidaba los libros, también los leía y rezumaba una humildad avasalladora; el escritor debe prestar atención a cuatro cosas: tener algo que decir, contarlo, saber hacerlo y quedarse callado después.

Así pues, queridos jóvenes cinéfilos, aparte de aprender siempre un poco más del cine, de su lenguaje, técnicas y estética, también es conveniente ser prudente frente a la opinión de otro que destroza o alaba en exceso una película, así como objetivo frente a la calificación o descalificación de un film nomás porque no tiene mucha acción o es el estreno esperado del verano... Por eso habrá que buscar con paciencia más información y escuchar o leer otras opiniones, siempre abiertos hasta en­sanchar los criterios, el gusto y nuestra no siempre bien ponderada, sensa­ta, decisión.


Como diría, parafraseándolo, el extinto Bob Ross: Felices juicios.


[1] DICK, BERNARD F., Anatomía del film, p.14l y 142.
[2] DALLAL, ALBERTO, Periodismo y literatura, p.16.
[3] ídem.
[4] CÓRDOBA, NERY, El ensayo, centauro de los géneros, p.12.


Viñetas: Bansky

domingo, 21 de septiembre de 2008

¡Ya basta!

Ira güey, neta

Ruy Alfonso Franco

“Desde la perspectiva neoliberal, los niños mexicanos ya no necesitaban formación cívica: la globalización había llegado y su destino era ser consumidores más que ciudadanos. No debían cuestionar su condición: los homenajes patrios eran el mejor camino para mantenerlos ordenados, sumisos ('niños eternos separados por la distancia del brazo y por el ‘guarden silencio'), y dispuestos a escuchar discursos políticos sin significado. Estaban obligados a seguir siendo mexicanos sin ser ciudadanos, ni de su país ni del mundo.

“Es inútil enseñar historia, dijeron los tecnócratas, y se acabó el conocimiento de las culturas prehispánicas. Hay que fortalecer las competencias básicas —dijeron—, aritmética para ser buenos trabajadores y escribir para firmar pagarés bancarios. Más aún, hay que entrenar a los niños para llenar bolitas en los exámenes porque la globalización económica no necesita poetas ni literatos. La educación cívica tampoco es necesaria —dijeron—, y desaparecieron los libros de civismo, pero se mantuvo la apatía ciudadana con muchos homenajes patrios en los que la bandera era transportada por soldados mientras México se ponía en venta: ferrocarriles, teléfonos, carreteras, líneas aéreas, bancos, educación”. (Educación cívica sin civismo, Hernando Hernández, http://www.elrincondehernando.blogspot.com/)


Tanta violencia, la saña con que se cometen los crímenes, la impúdica ostentación del poder de las armas, la prepotencia de asesinos, asaltantes, policías municipales, estatales y federales apabullan a cualquiera. No bastó con la violencia de las películas, series de televisión, canciones, noticieros policiales, ni el pútrido fútbol a toda hora, ni el lenguaje popular agresivo para desahogar frustraciones, propias y ajenas. No. Había que demostrar quién es quién en este país de ciegos, sordos y mudos.

Por eso me da risa cuando Felipe Calderón y su corte juran y aseguran que mantienen a raya a los villanos, pero es mentira: todos los días, a lo largo y ancho del país aparecen más ejecutados, secuestros o asaltos. Y como siempre, estos neopolíticosadministradores de Harvard todo lo quieren resolver con más agentes y dinero, mientras la sociedad es la que queda entre el fuego cruzado, con todo y sus marchas blancas ingenuas, veladoras y rezos, y el protagonismo ridículo de algunos idiotas buenos para nada.

Señores, no nos hagamos tarugos, sabemos perfectamente quiénes son los culpables de todo este caos: son los políticos mercenarios, los empresarios monopolistas y las ineptas autoridades corruptas. Un pueblo ignorante les ha facilitado manipular a sus anchas y han buscado afanosamente mantenerlo postrado con un sistema educativo nefasto y elitista, con salarios humillantes y una legislación siempre a favor de los que más tienen. ¿Por qué extrañarnos que la delincuencia sea ahora incontrolable, si sus principales socios se encuentran trabajando en oficinas del gobierno, según se ha denunciado multitud de veces en los medios de comunicación y libros especializados en los últimos 40 años?



La corrupción por ellos propiciada —gracias a su infinito valemadrismo— es hoy ley tácita en todo mexicano, que lo aprende desde niño cuando desde su propia casa observa a sus padres corromper o dejarse corromper inevitablemente; en las escuelas porque maestros y autoridades educativas están más preocupados en aparentar eficiencia cuando la enseñanza es mediocre; porque los sindicatos son antes que nada una agencia de colocaciones y una maxipista de tráfico de influencias; porque los políticos buscan afanosos puestos de elección popular para enriquecerse a costillas del erario; porque los gobernantes mienten descarada y sistemáticamente; porque los verdaderos negocios se hacen en lo oscurito y bajo la mesa; porque a nadie parece interesarle, de veras, la educación como única solución para acabar con todo eso, cifras negras a nivel internacional lo evidencian: ocupamos desde hace 40 años los últimos lugares en aprovechamiento educativo.

¿Qué de raro tiene, entonces, que los narcotraficantes hayan impuesto ahora su impronta, si al fin y a cuentas es el único remedio para salir de jodidos miles de mexicanos que viven muriéndose de hambre en pueblos percudidos?; si con la corrupción completan su magra quincena o gasto diario policías mal armados, tránsitos asoleados, inspectores cebados, supervisores mosqueados, jefes de oficina aburridos, secretarias parlanchinas, maestros amargados, obreros desilusionados, empleadas domésticas explotadas por patronas gordas, almacenistas fóbicos, médicos de picaporte, abogados centaveros, reporteros sudorosos, ingenieros atolondrados, contadores grises, mecánicos incrédulos, albañiles abstemios, electricistas con pie de atleta, amas de casa un poco tristes, estudiantes aterrados por pasar y otros tantos que no vinieron hoy.

¿Qué nos sorprende que se haya ido perdiendo gradualmente el respeto que otrora se tenía a las autoridades, si fueron éstas las primeras que le perdieron el respeto a todos?; si vamos al IMSS una enfermera, médico o afanador cualquiera nos tutea sin medir segundas o terceras edades; si un alumno soberbio se pone al brinco con el maestro; si cinco tipos con cachucha arriba de una camioneta con torreta, placas de policía y armados provocativamente inspiran más miedo que confianza; si el funcionario de cuarta pone trabas a todo esperando que le llegues al precio; si para encontrar trabajo en verdad no importa tanto la preparación, sino a quien conozcas dentro para acomodarte gracias a las palancas de amigos o parientes; si estudiar mucho no impresiona a nadie, pero si metes goles o noqueas recio te ponen altares; si ser honrado es sinónimo de pendejo y "no avanza el que no tranza".



¿Qué nos asombra que ocupemos últimos lugares en aprendizaje, si los propios profesores son tan ignorantes como sus alumnos?; si gracias al papá maestro el hijo pudo acomodarse dando clases sin estar del todo preparado; si estudiar la universidad es un lujo; si el máximo de palabras que puede hablar un universitario apenas llega a 300, cuando deberían ser mil; si el mexicano apenas lee medio libro al año; si sólo leen unos 15 millones de mexicanos; si sólo el 2% de los egresados ejerce su carrera; si eres un nerd, un matado, un aburrido si estudias; si en el barrio valen más los madrazos que las palabras; si Cuautémoc Blanco es más conocido que Vicente Leñero; si los patrioteros no saben quién es Josefa Ortiz de Domínguez; si los ridículos le ensartan su banderita al carro sintiéndose patriotas pero mueren por un dólar, dicen ok, adoran MacDonalds, anhelan visitar Disneylandia y su trasero dice made in USA; si los bobalicones de la Academia cantaron cursis el himno nacional cuando jugó la selección contra Canadá.

¿De qué sirven las leyes si éstas protegen a los delincuentes y a gente de dinero?; si agarran a narcos y secuestradores pero al rato los sueltan; si por matar a alguien apenas reciben unos años; si cuentan que en las cárceles hay más inocentes pobres que culpables ricos; si las principales autoridades están coludidas con los facinerosos; si los abogados se aprovechan descaradamente de sus clientes; si los jueces se venden; si el Fobaproa y los afores fueron un artilugio jurídico a favor de los banqueros; si todos los días se cometen actos inconstitucionales: cobros de impuestos indebidos o excesivos, alza criminal de precios a la gasolina y alimentos básicos, retenes, retención de licencias o documentos del carro, intereses sobre intereses.



¿Qué nos escandaliza que hasta en los deportes olímpicos seamos una vergüenza si el mexicano promedio no tiene disciplina, es flojo y desordenado?; si siempre llegamos tarde a donde sea que vayamos; si nunca cumplimos a tiempo nuestro trabajo o compromisos; si la educación no está entre nuestras prioridades pero sí en demostrar cuán chingón soy, aunque sea de palabra o con hechos ridículos: bautizos, quince años o bodas, por ejemplo, son la gran oportunidad de “echar la casa por la ventana”, nomás pa’ que vean vecinos y parientes que sí puedo; andar enjoyado es cosa de estatus, traer ropa acá es primordial, llevar lentes para el sol como signo de distinción es vital, tanto como traer bolsas de Fábricas de Francia para que vean que yo sí puedo; si para un estudiante universitario el sinónimo de éxito es “casa, carro y vieja”; si somos los reyes del ya merito, del espérame tantito, mañana te pago, ai’ pa’lotra, pos ni modo, qué se chingue, me vale madres, aquí mis güevos, mis chicharrones, ni madres, pa’ qué voto si de todos modos gana el mismo, si Dios quiere, es que Dios así lo quiso.

Para qué nos defendemos, si con un güey en la punta de la lengua, blasón de nuestra ignominia, está todo dicho.


Ilustraciones: Revista El chamuco y los hijos del averno

domingo, 14 de septiembre de 2008

¡Ya basta!

Narco’s style

Ruy Alfonso Franco

Todavía recuerdo el techo de la casa de mi tía Adela a donde subíamos a dormir toda la familia. Para mi primo José y yo, que éramos los chiquillos, las noches calurosas del Mazatlán de fines de los 60 simplemente eran de juego. Pero también veía con enorme curiosidad a algunos vecinos dormir en las banquetas o porches de sus casas, entonces nadie temía que los fueran a asaltar, secuestrar o a matar en medio de una repentina balacera, con todo y que estábamos en la Francisco I. Madero, uno de los barrios más pobres del puerto.

Ahora todos vivimos en la zozobra, ricos y pobres, hombres y mujeres, ancianos y niños, porque el estado de violencia que vive México es tal, que ya no cabe aquí ni siquiera la exageración. A diario los narcotraficantes matan gente, culpable o no; los secuestros se han vuelto una industria en jauja; las extorsiones se practican incluso desde las cárceles; y cada vez son más jóvenes los delincuentes, pues van de los 17 a 23 años en promedio, según las páginas policiales. Es tan grave el deterioro social en el país, que nada de raro tiene que muchos conozcan a algún narco en persona, sea por el descaro con que éstos se exhiben o sencillamente por intuición, porque de pronto en la colonia fulanito levantó un caserón de la nada, todos traen unas camionetotas y andan enjoyados hasta las patas.


Atrás quedó esa época en Mazatlán donde lo más violento eran los mongoles (esas pandillas de inicios de los 70) y la noción del narcotráfico se reducía a Manuel Salcido El Cochiloco, del que pocos conocían su paradero; donde los corridos aún hablaban de hombres bragados en el México rural, que con machetes o pistolas dirimían sus diferencias, casi siempre por amores amargos; donde la música norteña eran tipos con tejana, bajosesto, redoba y acordeón cantando con voces de pito ahogado:


Por mis canciones sabrás
cómo me la ando pasando
rumbo de amores distintos
ando en el mundo probando.
Ya ves mancornadora,
a qué te supo ese trago;


donde las balaceras eran tan extrañas como casi ignotas las AR15 y Culiacán se llevaba las palmas por bronco, porque por ahí cantaban canciones raras a tipos oscuros Los Tigres del Norte y Chalino Sánchez, pero pos ni en cuenta; donde los jóvenes nos diferenciábamos por ser rockeros, románticos/fresas/poperos o cheros, y qué esperanzas que una muchacha se fijara en alguien con sombrero y guaraches con la camisa de fuera, porque el adolescente promedio quería ser como John Travolta y los de la UAS como el Che Guevara, pero ni por accidente como Rigo Tovar.

Hoy rifan el estilo bandero y el narco’s style, que viene siendo casi lo mismo; las chicas te dicen güey y no hay pedo, aunque las más salvajes agregan vete a la verga. A cambio recuerdo de aquella época Contrabando y traición como algo inusitado en la radio porteña, porque a los plebes nos llamaba la atención que cantaran: iban las llantas del carro / repletas de yerba mala… y lo pegajosa que era la rola de los Tigres. Entonces ésa era la “violencia” que conocíamos.


El cine mexicano estaba atascado entre medias, tacones dorados y salones rojos en donde lucían Sacha Montenegro, Isela Vega, Jorge Rivero, Andrés García y La Corcholata (Carmen Salinas); los hermanos Almada eran pistoleros de pueblos fronterizos en un viejo oeste muy bizarro, ya en un franco chili western tardío, o chinos —a fuerzas— peleando al estilo kung fu, intentando imitar las cintas hongkonesas tan populares entre la chamacada; y el cine más serio hablaba de tragedias censuradas en Las poquianchis, El castillo de la pureza, Canoa o El apando, donde la violencia emergía de historias reales de nota roja, sí, pero de gente vil que no tenía nada que ver con nosotros, pensábamos al santiguarnos. En la televisión eran impensables las malas palabras y sabíamos del caso extremo de Chucho Salinas, Héctor Lechuga y Manuel Loco Valdés que llegaron a vetarlos en Televisa por burlarse de Bom-Berito Juárez.

La violencia cinematográfica creíble era cosa de Hollywood y sus cintas de mafiosos italianos en Nueva York, demonios abusando de lindas nenas, tiburones asesinos en playas turísticas, terremotos en Los Ángeles, California o espadas láser en guerras galácticas con naves hiperveloces estallando espectacularmente. Cierto, Rod Stwart, Alice Cooper y Ozzy Osborne escandalizaban a las multitudes por sus desplantes en el escenario; cierto, ya habían atrapado a Paul McCarthy, John Lennon y a Osborne por traer drogas, y sabíamos que Jim Morrison, Janis Joplin y Jimmy Hendrix habían muerto por sobredosis. Pero eran los pinches gringos locos. En México los más heavys eran los del Three Soul in my Mind, Javier Bátiz y chance los Dug Dugs, pero pos nosotros los morros ni en cuenta.

Cuesta trabajo asimilar cómo es que caímos en la barbarie en serio, cuando a mediados de los 70 los adolescentes éramos tan ingenuos que aún jugábamos en la calle trompos, valeros, canicas, tacón, cuartas, hombre, hasta los encantados con tal de estar con las muchachas. La mayoría se persignaba al pasar por una iglesia, no decíamos majaderías frente a los adultos, les cedíamos los asientos en el camión a los ancianos y nos poníamos muy guapos si íbamos al cine. Las fiestas eran tardeadas que terminaban a las siete y los adultos empezaban las suyas a las ocho de la noche; las drogas, aunque existían, sabíamos poco o nada de ellas, porque por esos años sólo los más perdidos terminaban fumando mariguana, tragando pastillas o inyectándose heroína, que era de pleno lo peor. La cocaína muchos ni sabíamos que existía.


Había pleitos entre pandillas que empezaban a crecer por una méndiga película que nos llegó a fines de los 70, que hablaba de los cholos chicanos y que junto a Los guerreros (Walter Hill, 1979) causaron revuelo entre los plebes más azotados. Fue que se puso de moda en los barrios jodidos del puerto los Dickies, convers y las franelas a cuadros que portaban chavos con cara de matones, muy acá. El rap no hacía su aparición y los locos escuchaban a todo volumen en las esquinas viejas canciones de Los Creedence y Queens. Cierto, me asaltaron dos veces al pasar las vías del tren cuando regresaba de la preparatoria en la tarde y después que salía de la universidad ya noche; cierto, conocía a los raterillos pues crecimos en la misma colonia, pero ya andaban muy perdidos que ni si quiera reconocían a los vecinos; cierto, seguido se perdían tanques de gas, ropa de los tendederos, grabadoras y hasta comida de las casas; seguido había pleitos, gritos y hasta pedradas de calle a calle, al igual que inundaciones cada que llovía, picaduras de alacranes por vivir entre la tierra y techos de lámina, desnutridos con panzas de bule y borrachos casi todos; el gremio trabajador se componía de meseros, cantineros, músicos y putas en el Siete, y los demás eran albañiles, pescadores, mariguanos o asaltantes, vecinos todos. ¿Pero qué barrio pobre de esta sufrida América Latina no tiene semejante joda?

Y con todo, la violencia cruenta se dilucidaba entre gatilleros, pero jamás contra el pueblo indefenso.

Lo más violento de esa época, recuerdo, era la existencia del PRI en el poder y sus raterías, la impunidad obscena con que se dirigían líderes sindicales, políticos y gobernantes, y la constante amenaza de éstos contra los críticos del sistema, de la que periodistas, intelectuales y artistas sufrían fatídicamente, pues a muchos los encontraron asesinados en canales, barrancos y lagunas. La violencia más común de la que supe de joven a través de la revista Proceso, fue la que recibían a diario campesinos despojados de sus tierras, indígenas humillados y votaciones populares fraudulentas; el abuso contra los más pobres, carestía y derechos civiles violados a manos, siempre, de gobernadores miserables y presidentes pérfidos.


Y con todo, la violencia cruenta nunca fue tan cínica.

¿Pero ahora? Seguimos soportando aberraciones contra el pueblo, a los políticos estúpidos y ahora a los panistas con doble moral, ignorantes y perversos; a Felipe Calderón inepto y mentiroso, al ejército transgresor, a la policía corrupta, a los narcos y remedos, balazos y pobreza.


Violencia y miseria. Uta, así está cabrón.


Viñetas: Revista El Chamuco y los hijos del averno.
Ilustraciones: RAF

domingo, 7 de septiembre de 2008

Pintura

Los árboles de Víctor
Ruy Alfonso Franco

Nunca pensé sino en salir del mal paso
y ponerme a vivir como si fuera necesario.
Hundido un poco o lo bastanteme
dí un par de años para largarme
¿Y mientras tanto?
El pulso sin descanso.
El pulso sin descanso.
(Planeta sur, Enrique Búnbury)
El recuerdo más remoto que tengo de Víctor es de una tarde cualquiera sentado con audífonos escuchando a Queen, al iniciar la clase en un aula de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Luego de uno o dos semestres más bien insulsos, de Víctor no supe más salvo de su enorme seriedad, y otra tarde, un par de años después, se paró inusitadamente con su enorme seriedad a la puerta de mi casa, con unos cuadros debajo del brazo: estaba ahí para invitarme a una exposición de pintura y dibujo en los pasillos de la escuela por no recuerdo qué motivo.


De entonces a la fecha han pasado unos 12 o 14 años, una película, varios cortos, videoclips y colaboraciones mutuas en tantos proyectos como la inspiración, la afinidad, el capricho y la amistad profunda nos ha permitido. De entonces a la fecha Víctor pasó de ser un alumno de enorme seriedad y muda existencia, a un entrañable amigo de explosiva creatividad, de varias exposiciones colectivas e individuales, de cuadros maltrechos en sus inicios a otros de gran expresividad; de admirar a Víctor por su enorme seriedad, paciencia y fidelidad, a descubrir en él a un apasionado artista con fogoso talento que enciende a quien se acerca.

De entonces a la fecha vi que su enorme seriedad era una coraza contra los intrusos de su mundo particular y que en éste hay de todo menos el ostracismo con que los demás lo suelen pensar; que tiene un sentido del humor asesino y que sus sentimientos están en constante ebullición, que cuando se queda mirando a la nada sin hablar ni parpadear, no es que esté redimensionando su personal filosofía, sino que se apaga sencillamente antes que perder el tiempo en naderías. De esos instantes, tal vez, luego surgen cuadros de apabullante introspección, de colores que estallan y pasman, de líneas geométricas que adivinan carreteras arteriales del corazón, de guiños, de ojos grandotes, de trazos rudos y pincelazos discretos que arrebujan el alma.



De entonces a la fecha me consta que Víctor Higadera es un artista que ilumina con sus cuadros delirantes; que Víctor Higadera crece como un árbol fuerte de frondosas ramas e idílicas raíces que salen de sus entrañas; que llena de orgullo trabajar a su lado, de encontrarlo en el camino, de saberlo roble, de verlo raíz, de cubrirse con su ramaje fraterno. De entonces a la fecha Víctor Higadera está hoy aquí con sus árboles amigos, a festejar la naturaleza de la existencia, de los profundos vericuetos de sus heridas y alegrías, las de todos que ven en sus cuadros rotundas huellas, con queso y añejo.



Pinturas: Víctor Higadera
Fotografías: RAF

martes, 2 de septiembre de 2008

Cine y cultura

Cine: aprendizaje para la libertad (II)

Ruy Alfonso Franco

Cuando el sistema social mundial se moderniza, dice Ianni[i], el mundo empieza a parecer una aldea global. Y el signo por excelencia de la modernización parece ser la comunicación. La aldea global es una expresión de la globalización de las ideas, patrones y valores socioculturales mundiales, universo de signos y símbolos, lenguajes y significados que debemos comprender. El que no lo haga está perdido y a merced de quien los domine, porque está claro que los medios de comunicación están gobernados por imposiciones políticas, culturales, religiosas y económicas. Son empresas, corporaciones y conglomerados que compiten en los mercados por clientes y audiencias. Incluso McLuhan compara a “la tecnología como una extensión del cuerpo —cita Ianni— (en donde) la red de comunicación es una extensión del sistema nervioso (y la televisión) nuestros ojos, el teléfono nuestra boca y oídos. Nuestros cerebros son los de un sistema nervioso que se extiende por todo el mundo”[ii]. En otras palabras y a decir de Parsons, la sociedad es un sistema de interdependencias compuesto por un conjunto de patrones estructurales que incluye controles para la acción social.



Estos elementos incluyen las relaciones, los procesos y las estructuras de dominación política y de apropiación económica que se desarrolla más allá de toda frontera, desterritorializando cosas, gente e ideas, realidades e imaginarios. Y en la base de la aldea global está la información y las técnicas electrónicas que componen la vasta y laberíntica máquina universal que opera multitud de mensajes y está presente en todos los lugares como un sistema de signos y símbolos. Simultáneamente, este sistema se transfigura en un texto complejo, un hipertexto, un conjunto de nudos ligados por conexiones (nudos que pueden ser palabras, imágenes) manejados por un grupo de especialistas que a su vez promueven políticas. El político, sin embargo, mantiene la preeminencia en la definición de los objetivos de la acción y por lo tanto, domina la conceptualización de los fines. He aquí la gravedad del caso: una tecnología global en manos de un grupo dominante. Al lado del líder y del partido o encima de ellos, se colocan los medios, emblema de un intelectual colectivo de amplias proporciones difundido por el mundo y que influye en mentes y corazones, explica Ianni.

Contra esto, es preciso dar a la educación dos metas importantes: por un lado, la formación de la razón y la capacidad de acción racional, sostiene Touraine apoyándose en Weber; por el otro, el desarrollo de la creatividad personal y el reconocimiento del otro como sujeto. El primer objetivo es el conocimiento y el segundo es el aprendizaje de la libertad, si cada uno de nosotros se construye como sujeto y nos damos leyes, instituciones y formas de organización social cuya meta principal sea proteger nuestra demanda de vivir, precisamente, como sujetos de nuestra propia existencia. Sin tutelas ideológicas de instituciones como el Estado y mucho menos de los medios de comunicación.




De ahí la vital importancia de comprender la forma y el fondo de los medios, en este caso del cine. Y la historia, apreciación y realización cinematográfica serán no sólo necesarias, sino estratégicas para comprender el alcance y difusión del mensaje. Porque al final estamos todos recibiendo una cantidad impresionante de imágenes, que no es sinónimo de calidad; y aunque veamos hoy más cine vía televisión, “esta proliferación de la imagen, considerada como un instrumento de información, (más bien) acentúa la tendencia del hombre moderno a la pasividad”
[iii] si mantenemos una actitud indolente. La extensa oferta de películas en salas, videos y en más de cien canales de televisión, contribuye a la cinefilia de los públicos sin duda. ¿Pero hasta qué grado el incremento de opciones en cintas violentas, vulgares y pornográficas contribuyen al desarrollo cultural del individuo? La declaración del extinto jerarca de Televisa, Emilio Azcárraga Milmo, nos da luz al respecto cuando advirtió que su programación estaba “diseñada para los jodidos”[iv]. Es decir, el consumo en tales circunstancias simplemente resulta deplorable, pues el individuo queda copado entre su propia decisión y la estrechez intelectual del hombre-masa que decide los fines de los medios.

Porque de algún modo, explica Weber
[v], la función del individuo no es mecánica después de todo, ya que éste tiene voluntad para transformar a la sociedad con su acción social. Por eso Weber se pregunta por qué los individuos obedecen, a qué o a quién; y sugiere que para entender sus razones, primero habría que estudiar sus actos ambiguamente relacionados, puesto que en cada una de esas acciones se aplica un sentido unido a las causalidades. Esto nos sirve tanto para entender la conducta de la sociedad, como comprender lo más racionalmente posible el fondo de una película con Brad Pitt.



Más irónico Ortega y Gasset expresa su teoría sobre la conducta y voluntad de las masas: “Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone donde quiera. Como se dice en Norteamérica: ser diferente es indecente. La masa arrolla todo lo que es diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el peligro de ser eliminado. (Porque) todo mundo es sólo la masa”
[vi]. En este sentido, más películas no desarrollarían evidentemente al máximo la sensibilidad cultural de la sociedad, mientras la demanda de las masas aparentemente defina la programación de salas y televisión, convirtiendo esto en un círculo vicioso. Si esa demanda se sustenta en el desconocimiento del lenguaje cinematográfico y en las “sugerencias” de los medios, estaremos asistiendo a un estancamiento intelectual, producto de ese autismo cultural referido.

Es fácil entender que sean los medios quienes eduquen y controlen a discreción, formando individuos lerdos con nula participación política, que renuncian al derecho de exigir y criticar. Sobre todo cuando el cine y el consumo general de imágenes exigen una mayor comprensión racional, que permita clasificar y decodificar la compleja estructura y sentido de los múltiples mensajes que llegan a través de esa red tecnológica global que son los medios de comunicación; de esos signos y símbolos que buscan “contactar, sorprender, seducir, convencer
[vii].

Sin embargo, las imágenes, el cine, así como enajenan tienen la doble y reaccionaria virtud de liberar si se les sabe ver. Pero la errónea y quizá involuntaria valoración de las masas sobre el cine y la sospechosa indiferencia de educadores y dirigentes de la cultura, han levantado una barrera entre el raciocinio y los impulsos primarios. ¿Será que tal “desconfianza (...) hacia las formas modernas de la imagen, no es más que la proyección hacia lo que se nos asemeja y por lo tanto se nos escapa”?
[viii] Víctor Hugo ya señalaba del reflejo y la sombra una “cosa inaudita; es dentro donde hay que mirar al exterior. El profundo espejo sombrío está en el interior del hombre... Más que la imagen es el simulacro y en el simulacro está el espectro”[ix], dando por sentado el temor de confrontar realidades que no deseamos y prefiramos evitar. Quizá en parte esto sea el motivo de la bizarra complicidad de las masas contra todo aquello que le refiera su real existencia.



Por eso ver cine equivale para las mayorías pasar un buen rato, diversión simple; y pocos le atribuyen mayor riesgo excepto por cintas obscenas o poco recato ante ciertos símbolos patrios y religiosos, cuando son un atentado moral, un ataque intolerable a los principios sociales siempre resguardados, si bien es cierto de una sociedad curiosa pero incapaz de “abrirse” ante lo desconocido, como diría Octavio Paz. Los espectadores pueden rechazar La última tentación de Cristo de Scorsese por cuestionar el dogma de fe y aceptar sin remilgos las cintas virulentas de Stallone personificando al reaccionario Rambo.



Visto así, el cine no es de ningún modo un inocente espectáculo para divertir, sino un portentoso escenario de reflejos de compleja estructura de códigos decantados, útil para quien los descifre.


[i] Ianni Octavio. Teorías de la globalización, Siglo XXI, 1997, México.
[ii] Idem, p.77.
[iii] Thibault-Laulan, op. cit., p.30.
[iv] Albarrán de Alba Gerardo. Noroeste, 21 de abril de 1997, p.12A.
[v], Weber Max. Economía y sociedad, esbozo de sociología comprensiva, FCE, 1981, México.
[vi] Ortega y Gaset, op. cit., p.106.
[vii] Thibault-Laulan, op. cit. p.28.
[viii] Idem, p.13.
[ix] Hugo Víctor. Contemplación suprema, citado por Thibault-Laulan, op. cit.

Viñetas: RAF