lunes, 14 de julio de 2008

Canasta de cálidos cuentos

Chilo Hervest

Ruy Alfonso Franco

El día que el sargento Juan le pegó a mi abuela por última vez, en los cuartos que rentaban para los guachos frente a la Loma Atravesada, en Mazatlán, Cuca empacó sus garras en un cartón, dos bolsas y a Dora de la mano para coger un camión destino Obregón. Allá llegaron con su hermana Ernestina. “¿Lo mataste, Cuca?”, decía mi abuela muerta de la risa, imitando a la Tina cada vez que contaba la historia, porque abrió mucho los ojos cuando Cuca le habló del porrazo que le metió al sargento Juan con la tranca de la puerta: “Mira, pos este, ¿qué se creía?”.



El sargento había sido el segundo hombre de mi abuela, que conoció de casualidad en El Guayabo, cuando ella corría despavorida entre los surcos de tierra seca, tratando de ponerse a salvo del que la desgració. Por el camino al ingenio el sargento, franco, cantaba su borrachera a pleno sol del mediodía y ver a esa prieta con los pelos parados, sudorosa y jadeando con una chichi al aire, tuvo su efecto viril, por lo que la pretendió esperando pegar su chicle. Pero lo que pegó fue un balazo con su arma reglamentaria, cuando Cuca acusó al sureño de desgraciado. El síndico comprobó la violación con el boticario, el comandante de la partida de cuicos justificó el hueco en la panza del jornalero y la guarnición de la plaza le rindió honores a su glorioso elemento, con una borrachera fenomenal de tres días en Villa Unión. De ahí salió Juan crudo por mi abuela.

Mi madre entonces tenía nueve años y me contó que cuando mi abuelo Isidro Chilo Hervest se enteró, ya mi abuela le daba vuelo a la hilacha con el sargento Juan en Mazatlán. Y claro que se encabronó, y hasta quiso ir por ella para llevársela a La Palma Sola de las greñas, pero su hermano Germán se lo impidió diciéndole: “Total, ahí está la Carmen”. Así que agarró su Ford y se fue a ponerle una fonda a su nueva conquista en la 5 de Mayo, cerquita del Palacio Municipal. Medio garañón, el Chilo Hervest no se casó con ninguna, pero a todas atendió por igual y de los cinco hijos conocidos que tuvo a todos registró con su apellido y mantenía, hasta que estos se iban con sus madres a hacer mejor vida, con quien sí se casara con ellas.

De esos años mi madre siempre recordaba gustosa la guapa figura de mi abuelo, con su bigote güero recortado, a caballo por entre las cañas saludando a sus peones de El Guayabo; en El Roble, cuando pasaba al ingenio azucarero o en su camioneta con ella a un lado, volándole el pelo sobre el Río Presidio camino a la vinatería de la Rosales, en Mazatlán. Luego Dora viviría de los recuerdos, repitiéndome hasta el cansancio cuán gran hombre había sido su padre. Tenía mamá por eso el retrato en grande de mi abuelo junto al del papa Juan Pablo II, copias en chico de la misma —por si se perdía alguna—; recortes viejos de periódicos con Chilo Hervest tirado entre las mesas de aquella cantina aciaga, muy mal herido; más álbumes negros de fotos negras, de tías reinas del carnaval y hasta la de un tío, alto funcionario municipal.



Incluso a mí me tocó parte de la herencia testimonial: una tarjeta de presentación de Isidro Hervest ensangrentada, que me dio mi tío Isidro, hermano de mi madre, una ocasión que le visité en su oficina de empresario frente al mercado Pino Suárez. “Ten, es de tu abuelo, la llevaba ese día”, me dijo el tío conmovido, pasándome la estafeta de la honra. Ya había escuchado a los mayores hablar con reverencia de Isidro Chilo Hervest, de cómo su bonhomía le había granjeado el respeto de muchos, “desde Escuinapa hasta Culiacán”. Pero una disputa de tierras le llevó a la capital del estado para resolverla por la vía legal y no volvió. El coronel metido a político Luis Rodolfo Osuna, se dice, lo mandó matar. La leyenda romántica de esta tragedia bucólica consignó, para la historia, asesinatos atroces posteriores por venganza.

Para mí el abuelo Chilo era, sin embargo, una finca de dos plantas en forma de herradura, con una alberca abandonada en un patio lleno de breñas; pisos de madera crujientes en el segundo piso al que subíamos mis primos y yo por una escalera podrida, a escondidas de la tía Tany Hervest porque “¡se van a caer!”. Arriba estaba en un cuarto enorme semi vacío, de grandes ventanales, un piano destartalado que era nuestra delicia: manoseábamos al pobre sin pudor. Abajo, junto al patio vetusto, una bodega retacada de damajuanas de tequila con ese olor de cantina que mareaba, pero que igual aguantaba con tal de irme con mi tío Nacho Hervest a repartir en su camioneta gringa el alcohol. Entonces el calor no me importaba como hoy —que me desmaya— y hasta corría en calzones con mis primos a la playa de los Monos Bichis, a zambullirme maravillado en el mar, tan fresco y tan salado. Si había el desagüe de aguas puercas junto a La perla populosa en Olas Altas, nos valía.

7 comentarios:

adrichabat dijo...

El árbol genealógico de cada uno, el real. Un hombre golpeador en este caso militar, una mujer que dice basta, el abuso hacia una mujer y cómo la imaginación logra volver recuerdos maravillosos lo que quéda de una vieja finca en forma de herradura. Hay muchas similitudes con mi árbol genealógico también.
Es una lástima que la imaginación ya no va a estar para las nuevas generaciones. En su mente sólo se registrará sus grandes triunfos en el xbox, el wee, el psp ó el iphone, quizás sólo recuerden ése horrible día en que se quedaron sin energía.
Que mal por ellos que se puedan perder la mágia de un relato como el tuyo.
gracias por compartirlo
adri

Xocas dijo...

De nuevo por estos pagos (que diría Cafrune)por ver qué nos reserva esta saga siempre sorprendente. Realmente daría material para un gran relato en más de un formato, y ahora pienso en el cinematográfico como el más adecuado quizás. Iñárritu lo bordaría, creo.
Me pasé también a escuchar los consejos de aquel Jorge, galopeador contra el viento. No sé si te conté que aquellas Coplas del Payador Perseguido solían amenizar las veladas de Navidad mientras mis viejitos tuvieron humor.

Abrazos, grandote.

Anónimo dijo...

Magnifico, ya hacia falta las demas partes, con todos los acontecimientos que pasan en cualquier pueblo se puede sacar un libro entero.
investigado poco del pueblito de la palma sola, ya me dare mi tiempo para platicar con mi abuela.
hay 2 nombres que quisa coinciden con la realidad el de German y el de Cuca
hasta luego

Jorge Fax dijo...

que historia Arathos!!
con sabor a Mexico Antiguo, a Familia a la antiguita, con sabor a historia añeja y constante...

por un momento pude oler el aroma a tierra mojada, a gallos oyendose a lo lejos y a caballos listos para ir a la revolucion.

saludos Arathos.

Ruy Alfonso Franco dijo...

Adri:

Me parece más trágico lo que expones al final que lo que cuento; al menos con un poco de imaginación, pero sobre todo con respeto por nuestros viejos es que uno construye historias.

Por eso entristece el panorama que nos pintas, tan cierto, tan rudo.

Joaquín:

Si yo tuviera el discreto encanto de la sabiduría del buen Jorge Cafrune, sería menos malo de lo que ya soy. Por eso me entusiasma que encuentres en el relato materia para el cine, porque los elementos trágicos ya están dados. Sólo falta un buen guionista y un buen cineasta, jejeje.

Giovani:

Claro, por ahí viene otra parte. Hasta eso, mira que los pueblos dan para mucho.

¿Qué tal las vacaciones?

Jorge:

Poeta del alma, agrégale los frijolitos caldudos con queso de vaca fresco, tortillitas doradas en el fogón, un café de olla y el aroma de la leña crepitando en la cocina rústica de paredes de capuchina y tejado de vigas y tejas viejas.

Shit, quiero volver a esa infancia perdida en El Roble.

Amigos míos, todo un honor es que me visiten y mejor aún que me dejen sus comentarios, siempre tan bondadosos.

Un abrazo afectuoso para todos.

Kanina Dioz dijo...

Siempre es delicioso leerte paisano, pero hoy me siento tú complice geográfica y cronológica, Yo tambien tengo una Nana Chayo que me cantaba canciones de cuna no se en que dialécto, y subia cerros de tierra con las rodillas peladas de tanta caida, cuando el calor era cosa sin importancia entre la bola de plebes que parecian engambre. Que bonito es revivir esos olores de nuestras viejas tierras. ¡Garcias!

Ruy Alfonso Franco dijo...

Jajajaja, me encanta como se habla en Sinaloa paisanita. Celebro te haya agradado mi relato.

Un abrazote, Kary bonita.