Ruy Alfonso Franco
Ahora que mi hijo mayor incursiona en la crítica cinematográfica en la radio y que el puerto bulle de algún modo de pasión por la realización cinematográfica, que se hacen muestras y concursos de cine independiente y amateur, y que son los jóvenes quienes pugnan por un mejor cine en Mazatlán participando en cursos y cine clubes, sería oportuno observar lo que implica la cinefilia cuando se exige del amante del cine algo más que asistencia devota; lo que significa el ejercicio de la crítica cinematográfica.
Es decir, no basta con referir que “a mí gusta mucho el cine” y por eso ya estamos capacitados para criticar —o hacer cine—.

La crítica cinematográfica tiene mucho de subjetivo por aquello de la apreciación personal, lo cual es totalmente cierto, técnicamente hablando. Sin embargo, la subjetividad no radica únicamente en los enfoques, sino también en la forma con que se aborda el objeto analizado en un ejercicio periodístico que, se supone, debe ser especializado. Pero no siempre es así.
Este problema, como la oferta insuficiente de buen cine en provincia, el escaso o nulo conocimiento sobre la materia de muchos cinéfilos, fanáticos más bien del cine comercial, y la cerrazón pública al cine de arte o no convencional, son en parte algunas de las batallas que hay que salvar quienes asumen por amor y pasión la tarea de difundir la cultura cinematográfica. Pero es la formación del crítico la que más debe preocupamos, porque de la calidad de su trabajo dependerá el éxito que sobre la opinión pública tenga, como sus consecuentes beneficios al atraer hacia el mejor cine un mayor número de adeptos.

En el análisis fílmico que refleja “las premisas básicas de la crítica literaria”, encuentra, dice Bernard F. Dick, “que la crítica de un medio requiere el conocimiento de lo que puede y no puede hacer ese medio, y que este conocimiento se obtiene aprendiendo la teoría detrás del medio”[1]. No basta, pareciera decir, ser un fanático del cine, porque no se trata de escribir cuánto nos gustó o no cierta película, sino de cumplir una función social al informar, orientar, instruir, incluso divertir, como bien señalan los manuales de periodismo.
“Crítica también puede equivaler a revelación. Esto sucede si se aportan principios fundamentales que no existen en el medio en el que surge; si llegan a descubrir, para el creador y para el público, una parte de la verdad artística o social que se halla oculta, o bien si con claridad y precisión se logra hacer un balance de las aportaciones del objeto criticado y las sitúa, aclarando su importancia, dentro de la corriente general e histórica del devenir estético” [2], señala conciso Alberto Dallal.
Con estas mínimas precisiones, debe darse al escrutinio el trabajo que muchos críticos terminan por hacer, elucubrando probablemente inútiles banalidades, presunciones eruditas para impresionar —al ego— o, en el mejor de los casos, creyendo que si entienden a Ingmar Bergman, Wim Wenders o a Akira Kurosawa, igual dominarán la metafísica, la pintura, la literatura y todas las demás artes que cretinamente creen ilustrar.
Cierto “que la crítica periodística importante requiere que sus creadores posean una visión cultural amplia y una actitud analítica abierta a la comprensión” [3], sugiere Dallal. Pero eso no los hace todólogos. “Especialización o especialidad se refiere concretamente a la parte de una ciencia o arte a que se dedica una persona; cosa que alguien conoce o hace particularmente bien”, enuncia el Diccionario Larousse usual.

Y es que tal vez el hecho de propinar un juicio duro o halagador sobre la obra y su creador haga sentir un poco dioses a los críticos necios, porque construyen y destruyen a placer; lo que les hace olvidar sus evidentes limitaciones. Nery Córdoba en El ensayo, centauro de los géneros, llama a la reflexión sobre dicho estilo y la superficialidad de muchos periodistas, columnistas de pluma casquivana improvisando juicios en donde “se juzga, se absuelve o se condena. Las dudas ya no dialogan con las certezas; los pretendidos ensayos son más bien reestrenos de afirmaciones, opiniones que pasan como verdades incuestionables...”[4] En ese sentido los críticos suelen caer en la complacencia, ni duda cabe. Las necesidades del medio y sus tareas habituales los obligan a escribir de prisa, abusando de la memoria, confiados en sus habilidades. De modo que se investiga poco y se reinventa mucho.
Y por supuesto, ni hablar de los fanáticos que sólo leen revistas comerciales de cine sin leer literatura seria y ven exclusivamente cine gringo.
Las deficiencias del crítico cinematográfico (profesional o no) saltan a la vista cuando su crítica es una anécdota mínima o es su ensayo tan erudito que se aleja de los mortales. Lo peor del asunto es que no hay una fórmula mágica para hacer al crítico brillante y oportuno, grato y confiable. Sólo, si acaso, aquella recomendación del viejo bibliotecario que no únicamente cuidaba los libros, también los leía y rezumaba una humildad avasalladora; el escritor debe prestar atención a cuatro cosas: tener algo que decir, contarlo, saber hacerlo y quedarse callado después.
Así pues, queridos jóvenes cinéfilos, aparte de aprender siempre un poco más del cine, de su lenguaje, técnicas y estética, también es conveniente ser prudente frente a la opinión de otro que destroza o alaba en exceso una película, así como objetivo frente a la calificación o descalificación de un film nomás porque no tiene mucha acción o es el estreno esperado del verano... Por eso habrá que buscar con paciencia más información y escuchar o leer otras opiniones, siempre abiertos hasta ensanchar los criterios, el gusto y nuestra no siempre bien ponderada, sensata, decisión.

Como diría, parafraseándolo, el extinto Bob Ross: Felices juicios.
[1] DICK, BERNARD F., Anatomía del film, p.14l y 142.
[2] DALLAL, ALBERTO, Periodismo y literatura, p.16.
[3] ídem.
[4] CÓRDOBA, NERY, El ensayo, centauro de los géneros, p.12.
Viñetas: Bansky